Gritaba como poseída. Arriba del escenario Beth Ditto era todo lo que se podía describir como punk. Sea sobre el escenario del festival de música inglés Glastonbury o en un sucucho neoyorkino, ella impactaba con sus vestidos tornasolados brillantes bien apretados a su cuerpo redondeado. Una mujer de tamaño grande, gorda, con rollos de lentejuelas. Promediaban los 2000 y el disco Movement sonaba con una potencia arrolladora, desde la música y la estética. Con pelucas divinas y más pintada que baño público, la cantante de Gossip le rompió la cabeza a Laura Contrera, a miles y miles de kilómetros de distancia, en la otra punta del continente. Beth es una cantante punk lesbiana, feminista y gorda de la cual Laura, una punk gorda sudamericana, se hizo fan. Beth había rechazado el mote de “curvy” -ese eufemismo fashion que se puede traducir como “rellenita” o “con curvas”-, ella reivindica la palabra gorda, la celebra, y la honra cada vez que aparece en el escenario. No se esconde, es todo para afuera. Beth es gorda, y Laura también. Y fue más o menos por 2010 que googleando sobre ella se encontró con una tesis en inglés donde alguien analizaba lo queer y lo gordo en la figura de la música. “Ahí encontré por primera vez el concepto de activismo gordo”. Como dice Laura, no hay nada mejor para una gorda que otra gorda. Ese descubrimiento le cambió la vida.
“A mí me venía acongojando el poco alojamiento que había en los feminismos y en los movimientos LGTB, que son los espacios donde yo tradicionalmente me había movido, las cuestiones de de la gordura y del cuerpo”, dice a LatFem Laura Contrera en un bar de Congreso, once años después de aquel descubrimiento. Ahora es una referente -de verdad indiscutida- en el movimiento gordx argentino y latinoamericano. Gorda Zine es su fanzine y su nickname de internet donde comparte desde hace más de una década los textos que fue leyendo sobre el tema. Comparte y escribe, difunde y hace rotar, crea activismo. Fue aquella música -o mejor dicho, una gorda música- quien le develó esas discusiones que ocurrían en el mundo y todavía no habían llegado al país. Y fue esta abogada matancera la que compartió, discutió, militó y colectivizó el activismo gordo local.
En un repaso rápido: gracias a bajar algunos pensamientos a un posteo de Facebook conoció a Nicolás Cuello, activista queer y gordo, con quien empezaron a pensar este tema. “Quise traducir a las coordenadas de acá lo que venía leyendo, y charlando con él me di cuenta de que había algo que explorar, pero era re minoritario en ese momento la conversación”. En 2014 empezaron a juntarse, a escribir sus propios textos. La dupla que conformaron con Cuello tomó otro nivel de compromiso cuando se propusieron crear un taller de formación sobre activismo gordo que se llamó Taller Hacer la vista gorda. La primera reunión fue el 18 de abril de 2015, dos meses antes del primer Ni Una Menos, y fue todo el mundo dentro de los activismos, incluso gente flaca, pero ellxs querían formar gordes, y en el decante se consolidó un grupo de estudio. “Y dejó de ser un taller de formación para ser un grupo de intervención. Por eso las intervenciones en las marchas de Ni Una Menos, en los Encuentros Plurinacionales”, cuenta. Por ese entonces hicieron un libro que compilaron ellxs, Cuerpos sin patrones, Resistencias desde las geografías desmesuradas de la carne, que publicó Madreselva en 2016, y cuenta con textos de Lux Moreno, la activista sudaka Lucrecia Masson, y traducciones de Charlotte Cooper y Kate Harding, entre otrxs. Ese libro fue la punta de lanza de un activismo que empezó a hacer ruido en los medios, a temblar el piso de los activismos feministas y a meterse en la agenda militante.
Ahora que todo el mundo habla de los cuerpos y del deseo, que el feminismo es masivo, ¿cambió algo para les gordes? La respuesta de Laura es sí y no, agridulce. Por un lado en el manifiesto de Ni Una Menos en 2018 dice ‘neoliberalismo magro’, se incorporó la reivindicación del activismo gordo, hubo asambleas abiertas multitudinarias de activistas gordxs y desde 2017, en Resistencia, hay una comisión en los Encuentros Plurinacionales de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans y No binaries. “Y es porque estábamos en la calle”, resalta. Sin embargo, el gusto amargo se siente cuando aparece la gordofobia en los espacios donde debería reinar esa supuesta sororidad, porque no más rascar un poquito con el dedo índice en la cáscara de los discursos para que les gordes encuentren el gordoodio incluso en compañeres. “Hay muchas compañeras jóvenes que están muy enojadas con el feminismo porque sigue siendo en gran medida homogéneo. Que nos incluyen en algunos discursos pero después nuestras reivindicaciones pierden”, dice. Incluso hubo un gesto de ‘les doy la bienvenida’ que hizo el feminismo mainstream y fue muy doloroso para el activismo gordx, porque en un gesto desconoció sus años de formación y organización colectiva. “A pesar de todo yo no lo regalo al mote de feminista, no se lo voy a regalar a nadie por más que me enoje, lo voy a seguir reivindicando”, dice Laura con énfasis entre unas rondas de cafés.
En ese camino de la construcción política que tenía como eje el derecho a ser de cualquier tamaño, en la defensa de todas las gorduras, fueron apareciendo consignas que centraron el activismo: la despatologización de los cuerpos gordos, en contra del mercado de la dieta y el derecho a ser gordx. “No toda gordura equivale a una enfermedad y nuestro ejemplo son las personas trans y las personas intersex, nuestrx objetivo es una ley como lo fue la Ley de Identidad de Género para elles, que despatologizó sus identidades”, explica ella. Pero en el articulado de los acuerdos políticos internos y también con otros colectivos se ven los ripios, y la Ley de Talles fue un parteaguas interno.
En el transcurso de la conversación Laura dice varias veces “yo cambié mucho mi punto de vista sobre esto”, y lo dice sobre varias cosas. Su evolución fue desde una postura más cerrada a una decisión concreta de que para que haya conquista de derechos hay que articular, incluso con los supuestos “enemigos”: “yo quiero todos los derechos quiero todo lo que me negaron y voy por todo y el acceso a la salud es algo importante para todos los cuerpos”.
Y la Ley de Talles fue un parteaguas porque cuando se empezó a discutir lxs integrantes del Taller Hacer la vista gorda lo rechazaron porque el acceso a la ropa parece algo menor al lado de luchar para que el sistema de salud no discrimine a los cuerpos gordos, no los considere enfermos sólo por su Índice de Masa Corporal. “Yo no vi el potencial que tiene el estudio antropométrico, que rompe cabezas. Me gusta como lo plantea Lucía Portos (subsecretaria de Políticas de Género y Diversidad Sexual de la Provincia de Buenos Aires) de pensarlo como algo descolonizante, como una barricada para la diversidad corporal. No le vimos el potencial y está bueno poder revisarse, para mí es un ejercicio de honestidad intelectual, si la mayoría de la gente gorda siente que esa ley le trae esperanza ¿por qué seguir en una postura hipercrítica?”.
En ese viraje que hizo Laura está también la noción del articulado con las nuevas generaciones de activistas, con las figuras del body positive o del activismo que llegan a públicos enormes desde otro recorrido pero con acuerdos y redes sólidas. En esa mano que estrechó con mujeres como Brenda Mato o Agustina Cabaleiro se arma el árbol: si las leyes o las políticas públicas son las raíces de un verdadero cambio en el acceso a los derechos, la conversación social y su masividad son las ramas bien estiradas, bien frondozas que le dan sombra, reparo, a esos cuerpos gordos.
“Ni el activismo académico es tan elitista ni el body positive es tan frívolo”, dice, y con un simple ejemplo me convence a mí que la entrevisto: “Para nosotras que somos niñas punks, gordas, y que no teníamos una campera de cuero que nos entre, ¡vaya que sí nos impactó la forma de presentarnos al mundo!”. Y sí que lo fue.
“Para nosotras que somos niñas punks, gordas, y que no teníamos una campera de cuero que nos entre, ¡vaya que sí nos impactó la forma de presentarnos al mundo!”.
Laura contrera
Es que vivir en un cuerpo gordo es difícil. Cuando el activismo entra en unx, la mirada cambia, se complejiza y la relación con el propio cuerpo también. Querer vivir en un cuerpo sin que te lo señalen, violenten, desprecien y le nieguen derechos es una cosa más fácil, habitarlo sin conflictos es la parte más difícil. “Sería maravillo decir que desde que soy activista todo cambió, me quiero todos los días y la sociedad me trata distinto, pero no sucede porque todo el tiempo se me recuerda que mi cuerpo está mal. A mí lo que más me ayudó, lo que más me cambió, fue estar con otros gordes”.
Y las papas se vieron en el fuego. En 2018 a Laura le diagnosticaron una condición neurológica donde toma una medicación psiquiátrica para la epilepsia. Ahí puso en práctica lo que venía repitiendo desde la teoría: las medicaciones tienen un impacto en el peso corporal. Y engordó. Subió dos talles. “Fue como ‘bueno, a ver, vos la activista, ¿cómo manejás esto?’ porque no hay activismo que te prepare para ocupar más espacio, pero sí te da herramientas, te da una comunidad donde te entienden y donde la charlita no sea ‘ay no te entra la ropa’, que sea otra la charla ante la modificación corporal porque sino es medio berreta, es el discurso motivacional instagram de me amo siempre y no. Pero hay que decir la verdad: que el cuerpo se modifique es un shock. Te cambia entrar en un espacio o dejar de entrar”.
En épocas donde las consignas se mezclan con la idea de activismos, Laura plantea una apertura para hablar sobre los temas tabú o los primeros pactos del movimiento gordx. “Sé que hay mucha gente que prefiere decir ‘nunca la dieta’, pero a su vez sé que hay gente que tiene que hacerlas por algún problema de salud, porque tiene colon irritable o porque su cuerpo se modificó por algo y lo quiere revertir, eso no es una dieta de una revista para subsumirse al poder del patriarcado y del neoliberalismo magro. Significa que tu cuerpo necesita determinada nutrición y está bien”. En los matices está la clave, y ese código está en su escritura desde el primer día, por ejemplo lo que dice en el libro: “más que identidades satisfechas con su peso o talla habrá que inventar nuevos modos de vida para nuestros cuerpos sin patrones”.
En este largo camino de la década transitada de los activismos gordxs, Laura se fue consolidando como una referente que piensa, abre el juego y tracciona. Mientras otras figuras crecen en las redes, ella articula desde la raíz hasta las ramas.
¿Cuál es el hito que necesita el activismo gordo? La respuesta, para esta mujer peronista de La Matanza es una ley, cómo no. “No sé si será modificar la Ley de trastornos alimentarios, que ya existe y que nos patologiza, porque no toda gordura responde a la mala alimentación o ir por otra. De todas maneras sabemos que nos vamos a enfrentar al lobby de la industria médica de la dieta. Va a ser difícil”.
Mientras tanto hay que ir armando el equipo, la rosca, la base. Y en eso, casi en el último sorbo del café, confiesa con un poco de pudor que a veces cuando ve a les jóvenes mostrando su cuerpo gordo sin problemas y teniendo discusiones impensadas hace diez años se siente un poco orgullosa porque algo ella tuvo que ver en eso. “Eso es lo más hermoso, esas consignas que pensamos algunas personas en una mesa de un bar hace una década ahora ya no son de nadie porque son colectivas, son de todxs”.