Practicar la confianza con el fuego

Tomada por la admiración, Camila Fabbri escribe sobre la obra de Eugenia Pérez Tomas, recuerda sus obras de teatro que vio antes de conocerla, las que escuchó de la propia boca de Pérez Tomas cuando cursaban juntas Dramaturgia y se estremece con los subrayados que le hizo a “Hacer un fuego”, compendio de obras publicado por la editorial Rara Avis.

“Hay que estar viva y convidar la fruta. Mi corazón latiendo helado se derrite. De mi casa no salgo, se hace con palabras” es lo último que dice Anís, la voz reinante de Las casas íntimas, la primera obra que ví escrita y dirigida por Eugenia Pérez Tomas. Después se hacía un silencio y Anís se fundía con el suelo porque su vestido era también alfombra, y de repente había un truco de magia en el escenario. Candelaria Sesín, la actriz, era parte del decorado y esas palabras que eran contención ya no estaban, quedaba la estela de algo musculoso. 

Se hizo el apagón y entonces aplaudí, en el medio de un ahogo de angustia y admiración. No conocía a Eugenia pero en un rapto de amor propio quise preguntarle: ¿eso que dice Anís es para mí? Al contrario, guardé el programa de la obra en mi bolso, cargué la campera y la bufanda y envuelta en ese silencio mío que ya conocía hacía veintitrés años, volví a mi casa. En esa caminata pensé, mucho pensé. En la dinamita de la interlocución y en las cartas, porque la escritura de Eugenia bien podía ser una carta dirigida a todos los que ocupabamos una butaquita del Abasto Social Club, porque cada palabra puesta ahí hacía mella como quien te vio nacer. Antes de subir al ascensor me pregunté: ¿quién será esta chica fantasma que derrocha sabiduría? Había descubierto la destreza, como quien hace una triple mortal en el aire pero con palabras. Había encontrado a una persona que no  solamente escribía, sino que hacía declaraciones de amor. 

Al tiempo nos hicimos amigas y compañeras de banco de las clases de dramaturgia de la Emad. Nos veíamos seguido y practicabamos la confianza, igual que dos extranjeras que se encuentran en un polo muy lejano y hablan un idioma oficial. En esos encuentros semanales seguí leyendo a Eugenia, me entusiasmaba cuando tocaba su turno. Cada entrega parecía ese fascículo especial de la revista favorita que llega a la puerta de tu casa, y cada partitura de obra en proceso una fosa oceánica, esas en las que las profundidades alcanzan los once mil metros. En las clases de dramaturgia, el modus operandi era dar una devolución de manera obligada, entonces el sí o sí. Cuando me tocaba hablar sobre la obra en proceso de Eugenia me ponía muy nerviosa porque realmente no había nada para decir. Para mí era el equivalente a analizar los posibles puntos de fuga de un escapista, de un Houdini profesional. Como un perro en la tarea ridícula de intentar mover algo pesadísimo con la trompa. ¿Qué hipótesis podía arrimar yo? Entonces me quedaba hacer de cuenta que analizaba mientras intentaba entender cómo se componían esas obras de voces contundentes, precisas y preciosas. Y una vez más me volvía a sentir la destinataria, la única lectora en el mundo de La Momia, de Fé, de Derretir el invierno, de Las casas íntimas, de El futurista ciego, de Rodolfo, Beatriz y el fantasma unicornio, de Disparo de aire. En mi afán egoísta de ser correspondida en lo hermoso solo me quedaba disfrutar, como quien pasa una tarde entera oyendo su canción favorita en repeat

No sé cómo aparece este libro en mi biblioteca, una guía práctica sobre la escritura de la carta de amor, y encuentro esto que dice Franz Kafka y me parece que viene a cuento: “La facilidad de escribir cartas tiene que haber traído al mundo una terrible perturbación de las almas, porque es una relación con fantasmas; y no solo con con el fantasma del destinatario, sino también con el propio, una relación que se va gestando bajo la mano que escribe ¡A quién se le ocurrió que la gente puede mantener relaciones por correspondencia! Uno puede pensar en una persona presente, todo lo demás supera las fuerzas humanas. Pero escribir cartas significa desnudarse ante los fantasmas, cosa que ellos aguardan con avidez”.

Y entonces releo a Eugenia, releo todo lo que la subrayé en este libro que gloriosamente compila Rara Avis, releo su dramaturgia minada de frases.

Cito:

“Cuando algo quema, lo que queda es resistir. No es una moraleja, es lo único que me doy cuenta que puedo hacer”.

“La conciencia, corte apático, es un momento de quiebre sin sonido”.

“Todo esto que soy lo sufro de pe a pa”.

“La oscuridad no es más mi sombra”.

Y pienso que no quiero analizar nada, no me atrevería.  Solo quiero seguir subrayando la destreza, lo que señala Kafka como ligación fantasmal. Porque lo que hace Eugenia con sus obras también podrían ser cartas especialmente dirigidas a nosotros y a nosotras, cartas que permiten nuestra reunión con esos fantasmas que nos esperan agolpados ahí detrás, los buenos fantasmas y también de los otros, los que dejan el ahogo cuando la obra termina y hay que aplaudir para agradecer. 

Lo que hace Eugenia cuando escribe, para mí, también supera las fuerzas humanas. 

Y por supuesto que hablo de una dramaturga habilidosa, pero también hablo de alguien excepcional, y cuando digo excepcional me refiero a la excepción, hablo de alguien que sabe hacer magia poniendo en juego su excesiva sensibilidad. 

Disculpen la falta de análisis de estructura o de ideas superadoras, aquí me gana la admiración.