Este 8M vuelve a levantar las banderas que dejó la marcha del 1º de febrero pasado en Argentina y se declara antifascista y antirracista. En las calles de América Latina y el Caribe hay convocatorias con consignas que hacen a la realidad local de cada territorio y otras que se unifican en un contexto global amenazado por la extrema derecha.
En Chile, la Coordinadora Feminista 8M se planta contra el fascismo y denuncia el sistema de justicia machista, racista y colonial a cuatro meses de la desaparición de la dirigente mapuche y defensora ambiental Julia Chuñil Catricura. También rechazan las políticas neoliberales de libre mercado que se traducen, a nivel social, en políticas represivas y vuelven a las calles para decir que ante el genocidio, la causa Palestina es una causa feminista.
Por otra parte, en Colombia, entre los ejes centrales de la convocatoria están la desigualdad laboral, la falta de reconocimiento a los trabajos de cuidado, y el señalamiento de que la pobreza se ensaña más aún con las mujeres rurales y racializadas. En Uruguay, se llevan a cabo diferentes actividades y, al igual que en otros países, la declaración antifascista y antirracista atraviesa a buena parte de los feminismos. Tania Ramírez, activista antirracista, afrouruguaya y coordinadora de proyectos para América Latina del Instituto Update, dialogó con LATFEM para profundizar sobre las implicancias de un movimiento transfeminista, antifascista y antirracista.
—¿Cómo se fue trazando la genealogía del movimiento de mujeres afro feministas?
—Diría que la historia feminista o la historia de los feminismos en Uruguay y en toda América Latina y el Caribe, y me animo a decir también en el norte global en Estados Unidos, es la historia de los movimientos de mujeres negras, tristemente invisibilizado, poco reconocido y siempre en esa puja de lealtades entre entender si la lucha feminista o la lucha por los derechos de las mujeres también involucra una lucha antirracista. Para nosotras, como mujeres afro, como mujeres afroindígenas, son luchas que no están separadas porque ambas tienen cimientos estructurales que de alguna forma ordenan el sistema global y a nosotras nos posicionan en un lugar de desventaja, de opresión. Hay algunos hitos significativos que han marcado para entender la lucha antirracista es una lucha estructural que tiene que atravesar todas las luchas y los movimientos sociales. En América Latina nos cuesta, sobre todo a países como Uruguay, Argentina y Chile, entender que somos sudacas, que somos también hijos e hijas de la colonia, que es parte de nuestra historia y nuestra conformación y de las lógicas y las dinámicas de convivencia. Desde Sojourner Truth, activista del movimiento abolicionista de la esclavitud, que en 1851 en la Convención de Ohio por los derechos de las sufragistas interpeló con su discurso “¿Acaso yo no soy una mujer?”, pasando por el primer Encuentro Internacional de Mujeres Negras en 1991 en República Dominicana hasta llegar a nuestros días son muchos y significativos los hitos del movimiento feminista negro en el continente.
Cuesta que los feminismos, en términos generales, entiendan que no se trata de una realidad aparte, sino que también involucra esas propias dinámicas de opresión y privilegio que se dan también entre las mujeres y las disidencias o, las personas de género expansivo o, las mujeres trans. Es un diálogo permanente y también una lucha permanente que damos los movimientos sobre todo de mujeres negras, los movimientos de los feminismos negros en cómo se puede entender el sujeto político a partir de una realidad que, en definitiva nos atraviesa a todas. No es que la cuestión del racismo solo es un asunto de las mujeres negras y las mujeres indígenas y, si nos acordamos de las mujeres asiáticas.

—¿Cómo caracterizas este proceso del movimiento feminista negro en Uruguay?
—Hay momentos que está bueno recuperar en Uruguay, como la conformación del Partido Autóctono Negro, allá por 1930 en el periodo de entreguerras y también con el surgimiento del fascismo en Europa. Hace poco nos enteramos con la visita de Angela Davis aquí que ese partido fue inspirador del partido de las Panteras Negras. Ese Partido Autóctono Negro, que era también una conjunción de intelectuales negros que tenían una plataforma de diez puntos como el de las Panteras Negras, hacía mucho énfasis en la lucha antifascista porque también era un movimiento internacionalista para la época, y había mujeres intelectuales que planteaban esta mirada interseccional de las vivencias como mujeres afrodescendientes como Virginia Brindis de Salas, Maruja Pereira, entre otras. Ahora estamos en un proceso de recuperación de sus memorias, y entendiendo que nosotras somos parte de ese proceso, de esa construcción del sujeto político de las mujeres afro.
Más adelante, en los años 90’ se instala el movimiento Mundo Afro que surge como una revista, igual que el Partido Autóctono Negro con la revista “Nuestra raza”, esa producción más intelectual o de análisis político ha permitido el fortalecimiento de estos movimientos. A partir de ahí se genera también GAMA, (Grupo de Apoyo a las Mujeres Afrodescendientes), donde consiguen los primeros datos a partir de la encuesta continua de hogares y la incorporación de la pregunta sobre ascendencia étnico racial, de cuál era la realidad de las mujeres afro en el contexto, y ahí ya se mencionaba esta desigualdad y esta reproducción heredada de que la mayoría de las mujeres afro se desempeñaban en el ámbito doméstico, y en esta reproducción de roles versión siglo XXI de la época de la colonia y una desigualdad estructural heredada producto del racismo.
“Creo que es estratégico que las personas blancas o las personas que no viven situaciones de racismo se conviertan, también, en portavoces de la lucha antirracista”
Hacia el 2006, formé parte de la fundación del colectivo Mizangas, que surgió dentro de Mundo Afro como un programa de mujeres jóvenes pero a los meses nos emancipamos como un colectivo independiente. Por aquellos años parte de los desafíos estaban relacionados con cómo construir un espacio propio en donde poder colocar nuestras demandas y propuestas concretas como mujeres jóvenes afrodescendientes en esta puja de qué soy primero: ¿mujer o negra? Y en esta vivencia de las experiencias de machismo dentro del movimiento mixto negro y de las experiencias de racismo dentro del movimiento feminista, o el movimiento de la diversidad o, juveniles, etcétera. Creo que eso ha sido como un marcador y ahora estamos en una nueva etapa de trascender y que se empiece a apropiar de la lucha antirracista, pero no como una apropiación extractivista, sino desde este convencimiento de definición como antirracista y de la implicancia que tiene para nuestro continente.
—¿Qué desafíos tiene por delante una transfeminista que asuma el carácter anticolonial?
—Nosotras desde Mizangas en estas movilizaciones del 8M que se hacen desde hace más de diez años, en Uruguay, hemos participado desde el inicio. Lamentablemente, hace unos dos años los movimientos vinculados a Mizangas decidimos retomar las primeras salidas por Isla de Flores porque entendimos que también esa masificación de lo que es la marcha del 8M ha desvirtuado la lucha esencial. Participar de las instancias de organización de la marcha del 8M, colocar las demandas antirracistas dentro de la proclama, inclusive incorporar dimensiones ampliadas de la perspectiva de género, no binarias, como la lucha de las hermanas trans o, no binaries, era una disputa en la que nosotras entendíamos que estábamos más de avanzada y que replantearlo era retroceder a la construcción de sujetos políticos que nosotras ya teníamos incorporado.
—¿Por qué replantear ese sujeto político?
—Porque se empezaron a dar dinámicas de algunos sectores más separatistas, sobre todo de la llegada de las “terfas” en las marchas expulsando y violentándonos, porque la lucha TERF es transfóbica, transodiante, pero también es racista. Entonces decidimos abrirnos, hacer nuestra propia marcha o hacer algunas intervenciones porque no nos sentíamos seguras en esos espacios y nuestras compañeras trabas tampoco se sentían seguras. Creo que ahora estamos en un replanteo de cuáles son esos espacios de tomada de la calle, del espacio público que nosotras priorizamos y para qué lo hacemos. Nosotras tomamos el espacio para dar un mensaje, para sumar a otra, para generar incidencia, para generar impacto y todo eso al mismo tiempo, pero no lo generamos como un día bonito para salir en la foto y ver lo hermosa y los diversas que somos y después durante el año olvidarnos de lo que pasa.

—¿Cuál es la propuesta para este 8M?
—Este año nos estamos sumando a una convocatoria que están haciendo unas compañeras a nivel de la Unidad 5, que es la unidad penitenciaria de mujeres, y nosotras tenemos una compañera que está privada de libertad, que es de la línea fundadora y es una de nuestras hermanas trans. Entonces la idea también es empezar a descentralizar y esa tomada del espacio público que empiece a llegar a los barrios de los lugares donde no llegan las viejas, donde no pueden acceder las compañeras que están en contexto de pobreza y no tienen para el boleto para moverse, donde está la compañera presa o aquellas compañeras que han sido excluidas por lo que es el “mainstream” de lo que se considera la lucha por los derechos de las mujeres. Creo que hablar de feminismos nos induce a un debate un poco más profundo. ¿Qué implica una lucha antirracista para los feminismos? Soy una convencida de que los feminismos, los movimientos, los activismos son procesos de aprendizaje; nada está dado, nada aprendido, sino que en esta decolonización mental y cultural vamos aprendiendo.
—Comenzamos hablando de la marcha del orgullo antifascista, antirracista, LGTBIQ+ y decías que se replicó en Uruguay también. ¿Qué significó esa fecha?
—Significó que muchos otros países del mundo abrazáramos esa consigna que se replicó en muchos lados aquí de Uruguay. Esto que ocurrió el 1º de febrero, creo que es importante resaltarlo, es el resultado de un proceso que lo hemos venido dando en los propios movimientos de mujeres diversas para sacar ese sujeto universal de la mujer blanca heterosexual de clase media universitaria y entender que existen otras dinámicas, otras formas y otros contructos sociales que nos atraviesan también en cómo nos definimos cuando nos definimos mujeres como sujeto político. Ese 1º de febrero, esa consigna fue políticamente acertada porque no es que haya una avanzada, en realidad siempre estuvieron los sectores fascistas y racistas, nosotras siempre hemos tenido que enfrentarlos con mayor o menor intensidad, porque nos asesinan, nos violan, nos limitan este poder de desarrollar nuestros propios proyectos de vida. Entonces esto habla también de una necesidad inmediata y urgente que ya la veníamos planteando desde nuestros movimientos, pero que ahora se hace más inmediata de explicitar y es que somos movimientos antifacistas, antirracistas y por el buen vivir.

—Entonces, ¿qué implica una declaración antirracista?
—El antirracismo no es un eslogan, es una práctica política y ética, entonces que vos te declares antirracista creo que es un proceso que implica tener esa visión, identificar cómo nos vemos atravesadas estructuralmente por el racismo institucional, por el racismo estructural, por el racismo más cultural, y también pensar qué acciones desde mi lugar de privilegio puedo generar para provocar una transformación más real. O sea, que la declaración empiece a pasar a la acción, porque desde los movimientos más fascistas ya pasan de los discursos de odio, se refuerzan en ese sentido y van a las acciones directamente. Entonces, ¿cuándo vamos a empezar a tomar acción incluso desde la creatividad del no lugar de personas afrodescendientes como para realmente transformar algunos espacios a los que muchas de nosotras ni siquiera llegamos? Creo que es estratégico que las personas blancas o las personas que no viven situaciones de racismo se conviertan, también, en portavoces de la lucha antirracista.
—Hace unos días asumió el nuevo presidente, Yamandú Orsi, y eso supone el regreso del Frente Amplio al gobierno. ¿Cómo ves esta nueva etapa?
Sin duda, el cambio de gobierno abre la posibilidad de un escenario diferente sobre todo de apertura, de diálogo, de escucha, de entendimiento. Sin embargo, todavía hay mucho por construir, por hacer, por abrir. Creo que una de las primeras desilusiones particulares que tuve fue esa promesa de un gabinete paritario que no se logró y eso habla del desafío de profundizar y ampliar las democracias también o, como decimos en Update, de hacerlas más completas. Si queremos transformar la política tenemos que estar ahí mujeres, disidencias, personas racializadas para aportar en esas transformaciones.
Igualmente yo por lo menos estoy viendo un recambio generacional en la designación de algunos cargos que podrían llegar a generar transformaciones o ir hacia ese camino, que es muy largo. Hubo experiencias en los periodos anteriores del Frente Amplio, en los gobiernos de Tabaré y de Mujica, donde se instalaron mecanismos de equidad racial. Hoy hay un instituto de mujeres afro, también hubo un departamento específico de mujeres afrodescendientes, hubo avances pero también fue un periodo donde la brecha de desigualdad racial se acrecentó pese a las políticas más generales de combate a la pobreza por no aplicar un enfoque específico y entender que esa pobreza es negra y está feminizada. Hay aspectos de la desigualdad económica que son estructuralmente racistas.
Hay un desafío, y ahí también lo asocio con lo que venimos trabajando con Update, en cómo podemos construir otros imaginarios democráticos que sean más acordes a la realidad sudaca, a la realidad latinoamericana y no seguir reproduciendo esa lógica europea que nada tiene que ver. Construir nuevos pactos y entendernos como dice Lélia González, como amefricanes. Soy una convencida de que tenemos que transformar las democracias desde sus propias estructuras. Es hora de que realmente el pueblo empiece a tomar un protagonismo en las definiciones políticas en un proceso sostenible y permanente que vaya más allá de cada 4 o 5 años que tenemos que votar para cambiar el gobierno.