Por pura fonética y sin conocimiento de causa, el título del libro puede llevar a pensar que se trata de un recuento de aventuras sexuales furiosas y un hambre insaciable; un manifiesto del desenfreno. Sin embargo, en las páginas de Putita Golosa hay otro tipo de exceso aún más ambicioso: los inicios de una búsqueda del postre perfecto sin culpas y que rinda para todas. Su autora, Luciana Peker, propone “un deseo más justo, equitativo, menos cruento” y busca desarticular la receta entera por todas sus aristas. El libro no llega a presentar una fórmula definitiva porque no se trata de una receta mágica. Pero aporta una lista minuciosa de qué sirve, sirvió, qué no y, la gran generosidad del teclado de la autora, los posibles porqués. En algún momento el veganismo habrá pasado por algo similar para crear el sachertorte filosofal sin huevos y sin leche. Aquí el reto es doble, se quieren ambos ingredientes, pero más que orgánicos, deconstruidos y libres de crueldad.
La periodista del suplemento Las 12, de Página 12, empieza por analizar la subjetividad de las reposteras y golosas. Desde el decálogo victoriano al que intentaron ser sometidas generaciones enteras (que probablemente continúa para muchas) “no escribas, escribí solo si te escriben, no respondas, no invites”, hasta la represión alimenticia por conformar estándares de belleza hegemónicos. Analiza de cerca la composición del gen Susanita. Una construcción de género que dificulta las relaciones de las mujeres en este momento de transición, cuando las ideas feministas lo permean todo menos la psique del machirulo. El género como cuestión de dominación más que diferencia lleva forzosamente a plantearse cómo repensar las relaciones heterosexuales.
“La subordinación de las mujeres por parte de los hombres forma parte de una práctica social más amplia que crea cuerpos de género: mujeres femeninas y hombres masculinos”, dice Katherine Franke [1], directora del Centro de Legalidad de Género y Sexual de la Universidad de Columbia.
Si bien lo anterior vale para la cultura de acoso y las revanchas machistas, las cuales no escapan el rigor periodístico de Peker, esta subordinación también habla de la verticalidad con la que se construyen las dinámicas del ligue y las relaciones heteros. Quizás entre en generalizaciones, pero lo permito al amparo de una aclaración que se hace en el mismo libro: hay que dar voz a lo que se escucha todo el tiempo. En una entrevista con Página 12, la autora aclara que son angustias por las que pasan las mujeres de más de 40 ( más de 65 en edad de la economía heterocapitalista según Paul Preciado, eso sin contar hijes o divorcio).
En el libro hay algo para todas. Es a partir de la lucha feminista que se desarticula el modelo de fragilidad y abnegación y las feminidades comienzan a asociarse a la idea de solidaridad entre mujeres y rebeldía; la masculinidad ahora se entiende como algo frágil pero no por ello menos peligroso.
En el libro hay algo para todas. Es a partir de la lucha feminista que se desarticula el modelo de fragilidad y abnegación y las feminidades comienzan a asociarse a la idea de solidaridad entre mujeres y rebeldía; la masculinidad ahora se entiende como algo frágil pero no por ello menos peligroso.
Una parte importante de estas pautas victorianas también es el sometimiento del cuerpo a rigores innecesarios para poder hacerlo esbelto y grácil so pena de no tener éxito en el mercado heterocapitalista. El peso de la culpa al no poder lograrlo y la vergüenza a la hora de mostrarlo, otro triunfo de la subordinación. En 2004, la Factoría de Reggaetón del Chombo cantaba en su primer sencillo “Golosa y glotona” de lo indeseable de una figura rechoncha y sus hábitos alimenticios, síntomas del machismo atravesados por el merengue house. Por suerte, hoy en día, el activismo gordx encuentra el goce en el propio cuerpo, dice no a la anestesia que es la dieta.
Dice Lucrecia Masson en el libro “Cuerpos sin patrón”: “Me parece importante volver a nombrarme ahora como gorda, nombrarme gorda como estrategia de autoenunciación. Nunca liviana. Y sirva este último adjetivo para que la paradoja dé lugar a la sonrisa. Nombrarse para volvernos visibles. Ocupar el espacio para volvernos visibles. Visibles, desobedientes, disidentes de la norma que nos impone una sociedad que estandariza y controla cuerpos y deseos, que define lo bello y lo sano. (…) Ante la pregunta: ¿por qué ser gorda, o vieja, o diversa funcional, o enferma (y la lista podría ser muy larga) me hace estar fuera del estándar de belleza o de normalidad corporal? ¿Qué me hace disidente de la norma? Propongo cambiar esta pregunta por otra, y he aquí el desafío político: ¿bajo qué mecanismos se construye el cuerpo normal? ¿Cuánta disciplina de normalización han soportado y soportan nuestros cuerpos? ¿Qué técnicas de domesticación y regimentación nos hacen desear ser normales y atractivas a costa de padecimientos?”
En este cruce, Luciana Peker busca proponer la idea de un deseo más horizontal, para no poner todo el peso del deseo en la pija, para buscar otros tipos de relaciones que incluyan el amor compañero, el amor militante. El feminismo del goce incluye el via crucis o tenedor libre que es Tinder, el luto de las relaciones que terminan IRL pero se resienten más en Whatsapp y el garche afectivo. Un esbozo que forma parte del tránsito hacia la “nueva suavidad” que anuncia la psicóloga brasileña Suely Rolnik [2]: “¿Pero cómo sería ese viaje? De él sabemos apenas dos o tres cosas. La primera es que él sólo se hace si preservamos lo conquistado por las máquinas célibes -tener autonomía de vuelo, un vuelo donde el encuentro con lo irreductiblemente otro nos desterritorialice; ser pura intensidad de ese encuentro. La segunda es que, si eso es necesario, no es suficiente: al mismo tiempo que se da la desterritorialización, es preciso que, a lo largo de los encuentros, se construyan territorios. Y nos empeñamos en la creación de esta nueva escena (¿Nuevas escenas?). Somos casi replicantes, ya sabemos también de qué está hecho ese empeño: está hecho de amor”.
La estructura del libro-también hecho con amor-alterna poemas, entrevistas, crónicas y ensayo, poniendo en relieve todos los estilos de la autora. Muchas de las poesías están relacionadas con el mar, la familia y la identidad, el proceso del autoconocimiento que Putita revela en cursivas. Entre la marea de temas que abarca, algunas veces al borde del retruécano, la experiencia de lectura puede asemejarse a la descripción que hace Florencia Garramuño[3] sobre el O cego e a dançarina de Noll:
“Un lenguaje incontinente, la proliferación de una expresión
que no parece encontrar límites y se derrama abandonando
el hiIo de contención de una trama o de una intriga, el
vagabundeo osciIante de la narración -figurado no sólo en esa
lengua desatada sino también en las figuras de personajes y
narradores errabundos, desorientados, en un permanente fluir
sin sentido fijo y determinado- hablan de las compuertas rotas
de una forma que ya no puede contener una pulsión narrativa
que se salió de madre”
Aunque aquí ninguna de las voces que intervienen está errada, la desorientación surge ante la desestabilización de los viejos paradigmas de las relaciones y el orden de las cosas, las nuevas mujeres, que sí las hay, y los nuevos hombres que la revolución nos prometió mas nunca llegaron. El sentido fijo se conoce: se va a caer.
El año pasado la revista Time eligió personalidad del año a las Silence Breakers, las personalidades que dieron impulso mediático a #MeToo, el hashtag con el que la actriz y activista Alyssa Milano incendió Twitter y que llevaría al productor Harvey Weinstein ante los tribunales menos de un año después. Tarana Burke, la activista niuyorquina responsable de acuñar la frase, la utilizaba desde hace más de diez años en un grupo que atendía a víctimas de abuso sexual para crear potencia a través de la empatía.
Así, Putita Golosa da cátedra en ello, potencia a través de la empatía con todas. La empatía es la única manera de no usar ninguna de las armas del amo: empatía con el propio cuerpo, con las voces de todas. El feminismo del goce ya llegó y es re dulce.
[1] Katherine Franke en, Judith Butler, Undoing gender, Nueva York, Routledge, 2004, pp.
[2] Suely Rolnik, “¿Una nueva suavidad?” en Félix Guattari, Suely Rolnik Micropolítica. Cartografías del deseo. Traficantes de sueños, Madrid, 2006, p. 327
[3] Florencia Garramuño. La experiencia opaca. Literatura y desencanto. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2009, p. 21