FOTO: Sol Avena
Hoy, todos los símbolos de la cultura democrática están siendo no solo disputados y objetados sino también pisoteados. Porque esta batalla no es sólo una disputa simbólica, sino también un pulgar levantado para la agresividad, una legitimación de la violencia en la esfera pública y la amenaza de eliminación de las disidencias políticas o identitarias.
En las calles, ya lo vemos: desde la llegada de La Libertad Avanza al gobierno, aumentaron la represión a la protesta social y los ataques a personas LGBTQ+. En las redes sociales, esas que en algún momento de esperanza pensamos que podían ser un ágora, hoy sabemos que son un espacio público a fuerza de trolls pagados con la tuya y hasta el propio Elon Musk reconoce haber comprado X (antes Twitter) para poner fin al “virus woke”, en referencia a la agenda progresista.
No somos nuevas en las batallas discursivas. Nos organizamos y luchamos cuando un femicidio se justificaba como una pasión, cuando no teníamos derecho a la salud como todo el mundo, y aún lo hacemos porque todavía tenemos doble y triple jornada laboral feminizada e invisibilizada. En el campo de la cultura no elegimos la agresión, no es una opción para nosotras.
Tenemos otros caminos recorridos en los que somos tenaces y tenemos creatividad.
Para nosotrxs, la cultura es identidad, es poder nombrarnos, existir. La cultura es nuestra vida, nuestra alegría y nuestra melancolía. La cultura es preocuparnos por las mismas cosas, ser parte de esa red de sentidos que en dos puntos distintos del país arrugan el entrecejo ante la foto de diputadxs con genocidas. La cultura es futuro y es, también, nuestro pasado, y la disputamos en este presente que nos toca.
Y para disputar este presente, LatFem presenta este dossier sobre cultura que se llama Dame un talismán. Con textos de Gabriela Borrelli, el colectivo Antroposex, nuestra compañera travesti Marce Butiérrez, Ayelén Pujol recorriendo los clubes que resisten, con una entrevista a Feda Baeza y con el poder de la poesía como talismán a cargo de Lu Martínez.
¿Por qué un especial sobre cultura en medio de una batalla? En épocas de individualismo extremo, proponemos salir de la declamación y pasar a la acción. Salir a la calle a celebrarnos, orgullosas. Ocupar la escena pública para defender a nuestras jubiladas, nuestras universidades públicas, nuestra memoria, nuestra comunidad. Salir para defender cada uno de nuestros derechos conquistados.
Porque la cultura de un pueblo nace en las esquinas de los barrios, en los clubes donde ux pibi hace sus primeras gambetas o las juventudes descubren en el deporte una comunidad y que son espacios de resistencia y contención, en los comedores y ollas populares, en centros culturales, en la escuela, en un recital, en un poema o un freestyle; en una plaza, en una asamblea de barrio o en esos grandes edificios que son instituciones públicas, en el apoyo del Estado a una escena que está dando sus primeros o sus largos pasos.
Para nosotras, la fiesta es un derecho. “El sistema permite la fiesta, siempre y cuando sea circunscrita a un espacio-tiempo y luego, puedas volver a la vida productiva. ¿Se puede fugar de esas reglas? ¿Hacia dónde?”, plantea y pregunta el colectivo Antroposex en este dossier. La fiesta, dicen, es para muchos mostris en único lugar en la semana donde reciben un abrazo. La fiesta es, entonces y también, un espacio de cuidado.
Y así como la fiesta, la protesta es un derecho.
“Quiero que pensemos cómo haremos –especialmente en este contexto de derrota casi total del progresismo, el feminismo y la agenda LGBT– para hacer un nuevo horizonte político que no sea una aletargada celebración de las conquistas institucionales, que no sea un saludo a la bandera, una burocrática y formal marcha por la vereda llena de glitter. Tenemos que empezar a reclamarnos más cosas, a cuestionarnos los privilegios (por más pequeños que estos sean) y a bancarnos los disensos, los quilombos, los gritos en una asamblea (…) Nos tenemos que querer con nuestra monstruosidad, con nuestras disidencias políticas, con nuestro inconformismo y con nuestra radicalidad. Sólo así tendremos posibilidades de disputar todos los frentes posibles”, dice Marce Butiérrez en su Breve historia de la furia travesti.
Una y otra, fiesta y protesta, hoy son cada vez más urgentes, en un contexto donde la ultraderecha avanza en las cúpulas y en las bases, el homolesbotransodio (sin repetir y sin soplar) se convierte en política de Estado y la ruptura del lazo social aparece en el horizonte.
Los discursos de odio y el fascismo nos ponen en peligro. Sobre todo, al millón de niñxs que sólo comen una vez por día, a los pueblos originarios, a las personas en situación de indigencia, a quienes que se caen del sistema ante la mirada indiferente. Porque es, también, la indiferencia la que nos pone en peligro.
Para las mujeres, lesbianas, travestis y trans la representación de los modos de vida mediante la cultura asegura su existencia. ¿Qué implica que la cultura hegemónica insista con discursos de odio o con censura a las culturas que se forman en los márgenes? Es la invisibilidad de una subjetividad o, como dice Feda Baeza en la entrevista que le hizo Imanol Subiela Salvo con fotos hermosas de Sol Avena: “Su negación es un paso previo a su extinción o a su disciplinamiento total”.
Pero más acá de la representación, hacemos cultura cuando reproducimos, alrededor de una mesa, una pava, un camping, un baile o la oficina, distintas formas de estar juntxs. Las formas de hacer comunidad. “Mientras el presidente Javier Milei insiste en que las sociedades anónimas deportivas son lo mejor para el país; mientras la economía y la vida está en deterioro, hay clubes –y socios y socias, vecinos, vecinas, personas comunes– que se organizan para reparar las heridas sociales que las decisiones políticas generan. Hacen rancho como salida”, cuenta Ayelén Pujol en su crónica sobre clubes de barrio.
¿Cómo es nuestra cultura? Es la lucha por tener voz, espacio y libertad para desarrollar múltiples formas de vivir, celebrándola, gozándola y resistiendo con organización. Pero, ¿para qué sirve la cultura? Para darle sentido, contenido y mundo a una persona, a un colectivo y a una sociedad. Genera lazos, emociones, reacciones, imaginación.
“La cultura, nuestros bienes culturales, si son públicos, son una suerte de trampa al mercado: si se produce algo que es de todos y para todos, ganamos”, dice Gabriela Borrelli en un texto especial para este dossier. La cultura es también un lenguaje en común.
Es difícil sostener y producir esa cultura rica variada heterogénea contradictoria abierta a debates que queremos cuando hay aniquilamiento, ahogo, sofocación, asfixia, muerte. Por eso el archivo que dé cuenta de que estuvimos, estamos y estaremos, que la lucha por nuestra vida y nuestro sueño no es contra un otro, es hacia un estado de libertad, responsabilidad y respeto compartido.
“Cuanto más frágiles estamos, más propensos a caer en la trampa, a merced de la violencia, la estafa y la injusticia. Ahora que los peores monstruos se arrogan el contacto con las fuerzas del cielo es cuando no hay que dejar de defender la metáfora. No me resigno, no les entrego la palabra poética”, dice Lu Martínez en un ensayo y una propuesta: hagamos entre todxs este talismán que nos de sentido, nos proteja y nos impulse al futuro.
La cultura puede abrirnos caminos impensados de posibilidades hacia el futuro. Abrirnos posibilidades de rebelión creativa. Y el Estado, ¿puede ser uno de los vehículos para garantizarlo?
Hay que activar el diálogo, la unión, los acuerdos, los cuerpos y la representación. Rugir. Tener, construir, cuidar ese talismán.