De la Medusa en Manhattan a la chola globalizada: cabezas latinoamericanas

Una de las imágenes recientes más crueles que sintetizan la violencia conservadora y, a la vez, las resistencias feministas nos lleva hasta a Bolivia: a Patricia Arce le arrojaron pintura roja en 2019, cuando la sacaron del edificio municipal. Hoy, a un año de ese acto violento, es senadora de Bolivia. También es muestra del ritmo acelerado con el que se producen las transformaciones políticas en esta región vibrante. Paula Daniela Bianchi es investigadora, especialista en temas de violencias, en este ensayo une líneas invisibles entre símbolos, acontecimientos y territorios.

Desde octubre de 2019 en adelante, solo para marcar una fecha determinada y así poder situarnos en un contexto delimitado, América Latina y el Caribe se encuentra en plena convulsión política. Esta convulsión abarca una generosa agenda repleta de exterminios y una serie de protestas para denunciarlos: desde las campesinas e indígenas ecuatorianas que marcharon al grito de “No más muertes” en octubre de 2019 mientras eran reprimidas con gases lacrimógenos por las fuerzas de seguridad en La Casa de la Cultura junto con sus niñxs, a las colectivas feministas mexicanas este septiembre de 2020 renombrando a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos como Casa de Refugio Ni una menos México, con la consigna “Ni perdonamos ni olvidamos”, cansadas de denunciar violaciones y femenicidios diarios sin tener respuestas y de ser estigmatizadas por los medios y ciertos sectores del gobierno. El 10 de noviembre fueron reprimidas otras mujeres en Cancún al protestar en contra de los 10 femicidios diarios (denunciados) que ocurren en México. La policía municipal salió a los tiros para disuadir a las manifestantes en Quintana Roo. No podemos olvidarnos de las chilenas que en octubre de 2019 comenzaron a poner el cuerpo en las calles para pedir por la aparición con vida de mujeres desaparecidas forzosamente por las fuerzas especiales y para denunciar abusos, violaciones por medios sexuales y ataques lesbofóbicos. “Un violador en tu camino” gritaron Las Tesis y con ellas gritamos todas, encapuchadas por la igualdad. ¡Cómo olvidar a las niñas misioneras, Liliana y María del Carmen Villalba, asesinadas en Paraguay con seis disparos una, y dos, la otra y señaladas por fuentes gubernamentales paraguayas como “niñas guerrilleras” para justificar así el doble femicidio! Como si no bastara fueron procesadas por manifestarse ante el hecho cruento seis feministas. El 1 de octubre de 2020 en Bogotá salieron las mujeres a manifestarse en la llamada Marcha de mujeres y noches sin miedo: “Señor, señora, no sea indiferente que matan a mujeres en la cara de la gente”, para expresar la violencia policial sobre las mujeres. A la vez indígenas mangueras y Confluencia de Mujeres para la Acción Pública acompañaron el paro bogotano. En Perú, además de la represión policial ejercida a manifestantes por las protestas del 11 de noviembre respecto de la destitución del presidente electo, la organización de Mujeres Desaparecidas Perú denuncian que hay un femicidio, desaparición forzada o violación cada hora y Gahela Cari, trans afroserrana, es candidata al Congreso por JuntosPorPerú. En Argentina seguimos peleando por el aborto legal, seguro y gratuito buscando formas creativas por las condiciones que impone la pandemia.

Se trenza una trama capilar en nuestro continente que deja huellas y símbolos: desde la griega Medusa argenta, que alerta aguarda frente a los Tribunales de Manhattan hasta la reina Isabel devenida en una poderosa Chola Globalizada en La Paz.

Trazamos líneas de puntos que unen Estados Unidos con Bolivia porque desde hace un año, una escultura realizada por el argentino Luciano Garbato invierte el mito griego, que juega con la escultura del italiano Benvenuto Cellini, Perseo con la cabeza de Medusa que descansa en Firenze y con la decapitada cabeza medusiana del Caravaggio. La obra de Garbato, Medusa con la cabeza de Perseo, se proyecta completa, desnuda, con la cabeza en su cuerpo. La obra creada en 2008 se ha transformado en el símbolo del #MeToo estadounidense. Es una réplica de dos metros de alto emplazada en la puerta del Tribunal Penal de Nueva York donde se procesó a varones acusados de violaciones y abusos por medios sexuales como, por ejemplo, Harvey Weintein. Se revierte el mito y es ella la que mantiene la cabeza en su cuerpo y en su mano la de su femicida Perseo.

Por otra parte, el 12 de octubre de 2020 la plaza Isabel la católica ubicada en el barrio San Jorge de La Paz, amaneció diferente. El colectivo feminista Mujeres creando liderado por la activista María Galindo, intervino la estatua de la reina Isabel, la católica transformándola en una chola globalizada. El monumento que le rinde culto a la colonización fue deconstruido. Isabel con su esposo Fernando financiaron los viajes para la conquista y colonización del Continente en 1492 asegurándose de que los indios abrazaran a su dios católico y la lengua castellana. Mujeres creando pintó de color rojo la base de la estatua, a la reina le pusieron una pollera y un sombrero de chola, una manta amarilla y un aguayo, ese que usan las mujeres andinas para cargar a sus bebés.  Algunos de los carteles que además decoraban la estatua consignaban: “Ni Jeanine por ser mujer, ni Isabel con poder, representan para las mujeres libertad y placer”. La muestra de esta reina devenida en gran chola globalizada plantea una mirada de activa denuncia hacia atrás por el genocidio y otra hacia adelante para hablar de las mujeres plurales, diversas, descolonizadas e insumisas en medio de un espacio público. Nombrar a la chola, mostrarla en medio de la plaza, celebrarla el día de su exterminio es exponer la precariedad pero también tomar la palabra colectivamente renombrando subjetividades originarias y legitimando cuerpos propios y no extranjeros.

Así pendulamos entre el ayllu (las formas de gobiernos ancestrales andinas) y las tierras arrasadas por los fuegos, entre el jaguar y las serpientes, entre los golpes disfrazados y las democracias sostenidas, entre el tejido de la palabra, el texere tentacular de las interespecies que se vertebran en un mismo aullido que exige acabar con la violencia, los femicidios y transfemicidios en América Latina o Abya Yala. Una de las imágenes recientes más crueles que sintetizan la reacción conservadora y, a la vez, las resistencias feministas nos lleva hasta a Bolivia: a Patricia Arce le arrojaron pintura roja en 2019, cuando la sacaron del edificio municipal. Hoy, a un año de ese acto violento, es senadora de Bolivia. También es muestra del ritmo acelerado con el que se producen las transformaciones políticas en esta región vibrante.

¿Cómo es posible que existan estos linchamientos en pleno siglo XXI? ¿Qué mecanismos crueles se forjan en las ciudadanías para que esto acontezca? En este texto proponemos algunas coordenadas para su análisis.  

Bolivia, tiene una historia marcada por la violencia como todo el continente:  el odio racial colonizador y la transculturación truncada, hicieron del indio y de la india seres, o mejor expresado, objetos de desechos no reciclables. Muchos años más tarde cuando la presidencia de Bolivia fue asumida por un indio, Evo Morales, que revalorizó el quechua, aymara,  guaraní  y más de 30 lenguas indígenas a un nivel casi borrado, todo parecía reestablecer un orden desjerarquizado y un permanente intento de borradura. No obstante, eso se vio interrumpido por un golpe de Estado reconocido por pocxs.

En Cochabamba, en octubre de 2019 Evo Morales fue destituido por un golpe militar. Mientras él tuvo que irse exiliado a México primero y después a la Argentina. El 6 de noviembre de 2019, María Patricia Arce Guzmán, la alcaldesa de Vinto, Cochabamba quedó en un camino de peligro, amenaza constante y la violencia infinita.

Fue “linchada, rapada, vejada en público” por el grupo opositor autodenominado “Resistencia Cochala”. Tuvo que transcurrir un año para que en Bolivia se pudiera votar de modo democrático, ganó el MAS y se hizo justicia: María Patricia Arce Guzmán ahora es senadora. 

Patricia Arce fue forzada a caminar descalza desde Vinto hasta Huayculli, en Quillacollo, más de 40 cuadras, mientras era agredida y golpeada. En la peregrinación fue rodeada de varones, en su mayoría, que le susurraban en tono intimidante que renunciara a su cargo, que era por su bien. Le arrojaron sobre el cuerpo pintura roja, rojo sangre, rojo violento, rojo cólera. Los agresores, muchos de ellos jóvenes con palos y piedras, la insultaron y la obligaron a decir que abandonaría el cargo. A lo que ella respondió: “No tengo miedo por decir mi verdad. Y estoy en un país libre. Y no voy a callar y si quieren matarme que me maten. Por este proceso de cambio voy a dar mi vida”. La subieron a una tarima y en un acto intimidante y ejemplar le raparon el cabello. La policía miraba. Lo cuenta la misma Patricia pasados 12 meses de esa brutal agresión. Tras varias horas de tortura, la alcaldesa fue rescatada por las autoridades y conducida al hospital, donde se recuperó de las heridas provocadas por una turba sedienta de odios. 

La melena larga emerge como una tradición añeja que muchas mujeres usamos porque nos gusta, porque nos trenza a nuestras ancestras, porque representa una cultura, o porque sí.  La rapadura se implementó como castigo en los campos de exterminios, en los manicomios, en las prisiones. Afeitar el pelo a una mujer por la fuerza representa un castigo, una ejemplarización y una humillación: a Juana de Arco en 1434 la pelaron, también a las antifranquistas las rasuraron y les hicieron beber aceite de ricino para purgar y expulsar de los cuerpos el comunismo, lo mismo ocurrió con las detenidas en las dictaduras cívico militares latinoamericanas. En tiempos de guerra, las francesas que se acostaban con los nazis eran penadas, entre otras puniciones, con la cabeza calva. Rapar no puede dejar de asociarse casi instintivamente con la voz inglesa rape que equivale a la violación. La raíz rap rep significa arrancar, despojar, arrebatar, rapiñar. En la actualidad, lucir cabezas rapadas puede leerse como liberación, comodidad, deshipersexualización o simplemente como una cuestión de practicidad o todas juntas transformadas en una cuestión política del pelo. 

El acompañamiento escolta de Patricia Arce establece una violencia ejercida para mostrar la inferioridad de las mujeres, y ostentar la supremacía blanca, hegemónica, machista, la legitimización del empleo de la palabra pública. Este acto irrumpe, planteando una discriminación selectiva, que se aplica con prácticas geocorporales complejas que regulan cómo deben funcionar los cuerpos a partir de la vigilancia y se asocia a los Estados naciones que como en Cochabamba se arrancó de su sitio a la india birlocha que marcó espacios políticos dentro de la ciudad en la que germinó un racismo inserto en el imaginario del blanqueamiento, de la no raza mestiza. Entonces se afecta al cuerpo como el lugar decisivo de las relaciones de poder porque el cuerpo es forjado como la frontera (la distancia física) interseccional entendiendo a la mujer india, negra, chola, mestiza como una categoría a expulsar. El cuerpo florece como el territorio de disputas y emociones, ese cuerpo representa a otros cuerpos vinculados con lo colectivo, con lo estructural como prisma. Violencias, justicias poéticas y linchamientos en tiempos convulsionados, reflexionando sobre los escenarios de la violencia en los que se manifiesta, en América Latina, nuevas formas de guerra, porque las violencias se generan y expresan en ámbitos informales o paraestatrales de modos complejos donde las corporalidades y pieles de las mujeres son el lienzo propicio para ejemplarizar, sujetar y lacerar, demostrando el sometimiento patriarcal, jerarquizado y desigual sostenido por el orden machista excluyente y neoliberal. 

https://www.lostiempos.com/sites/default/files/styles/noticia_detalle/public/media_imagen/2019/11/7/4_tdd_2_jamessss.jpg?itok=MmJuq9XB
Foto: Daniel James

Patricia Arce sitiada por varones con barbijos, imagen que hoy nos parece usual por el COVID 19, sostiene la mirada, el tapa bocas oculta rostros no del virus, sino de las presuntas identificaciones.

En el video, que registró ese momento cruel, escuchamos la voz enardecida de un varón que insulta: “asesina de mierda”. Y otra voz más ponzoñosa: “has matado. Se respeta, de rodillas deberías caminar”. En simultáneo, se observa en primer plano el dedo acusador enfundado en un guante negro que deja al descubierto la piel de las falanges masculinas y mestizas.

Siempre de pie, con la frente en alto ella avanza. La caminata, la exhibición del castigo público y filmado por cientos de cámaras celulares y de la prensa a la que le pregunta si es legal lo que le ocurre sin obtener respuesta. Es subida a una tarima para ser vista, expuesta, ostentada y custodiada por la manada, se escuchan algunas voces de mujeres pero no se ven. Ellos, los machos, son los que encabezan la agresión. Podrían haberla matado pero optaron por el régimen escópico live, por la reproducción de la misma violencia una y otra vez viralizada y transmitida en vivo. 

La región de Cochabamba ha sido escenario de violencia contra mujeres, principalmente indígenas.
Fuente Telesur La región de Cochabamba ha sido escenario de violencia contra mujeres, principalmente indígenas. | Foto: ABI

Una mano fuerte le presiona el hombro derecho mientras la otra, rasura su cabello.  La filman para repetir incansablemente la imagen. 40 cuadras caminó y nadie la ayudó. Y repito en anclar nuestra mirada en la suya, siempre elevada.

El régimen escópico, las cámaras y celulares registran desde todos los ángulos el incidente. No se pierden los detalles que formarán parte de nuestro registro visual amenazante. 

Crisis política en Bolivia: Opositores lincharon a una intendenta  oficialista | HaceInstantes

Mientras un varón le sujeta a modo de estrangulamiento el cuello, una mujer le desarma el rodete para iniciar el corte de pelo por la fuerza. La mirada situada en el rapado señala lo abyecto y el poder de aquellos que efectúan el corte. Desnuda la imagen del sometimiento y la inmovilización corporal, erigida en una tarima para ser observada y captada por el ojo de todxs y para que permanezca incrustada la imagen del sangrado pictórico como advertencia y el corte en las retinas a modo de memoria residual. Cercenando la identidad, astillando la sexualidad y evidenciando los mecanismos de las violencias, se crea una marca en el cuerpo, una huella en el cuero cabelludo que unifica en una performance espectacular, el abuso, mientras es tomada como un preciado botín de guerra. 

En contraste, la autoproclamada presidenta de Bolivia que enarboló la Biblia contra las creencias plurinacionales en una fuerte diferenciación racial. Que fue comparada con la actriz blanca y estadounidense Angelina Jolie en relación con su apariencia no india no se apellida Añez sino que su apellido original era Añas que en quechua significa zorrino. Dicen que se cambiaron en la familia el sentido para evitar discriminaciones. Paradojas de la vida. 

Mientras tanto en Jujuy, Argentina, en agosto de 2019 la política Milagro Sala, referente de la organización social y popular Tupac Amaru, encarcelada sin que haya sido aún probada culpabilidad alguna por los delitos que se le imputan, irrumpe con la cabellera negra cortada al ras, con la finalidad de romper con los lazos que la atan al pasado. Después de confesar las violencias recibidas en la prisión aseguró querer renovar su vida como sentencia la comunidad indígena y “es por eso que me he cortado el cabello”. No es casual que el presidente Evo Morales, el 9 de noviembre de 2020 haya pasado a saludar a Milagro, quien lució una bufanda con los colores de la bandera Wiphala, y hayan compartido un abrazo antes de cruzar la frontera que lo llevó de nuevo a su país con una caravana amorosa que los acompañó. 

Tanto la senadora electa María Patricia Arce Guzmán como la primera Ministra de la Presidencia en Bolivia María Nela Prada aseguraron que “Ni una menos” es su compromiso como mujeres. Esto cierra perfectamente con el norte de nuestro continente. La derrota de Donald Trump cuya cabeza ha rodado en varias manifestaciones públicas con carteles que reclaman justicia, equidad, no discriminación y no violencias se ve opacada por la asunción de la primera senadora trans Sarah McBride. 

Como la Medusa en Manhattan, desnuda y de frente, con la mirada en alto como Patricia Arce Guzmán, mira y es mirada, no representa una venganza, ni una incitación a la violencia, sino la reivindicación de un mito, de una mujer violada que fue condenada al exilio, a la soledad y asesinada. Encarna el grito de la Gorgona que fue ejecutada por ser mujer como Patricia Arce Guzmán por ser mujer, pública, mestiza, y opositora. El horror se revela en las miradas, en la de Medusa, en la de Patricia, en la de cada una de las mujeres, trans y travestis que rugimos: vivas nos queremos. Sabemos que las violencias son interseccionales, no queremos castigos punitivos, ni trampas jurídicas, exigimos tejer redes entre jaguares y serpientes en un continente mestizo, en Abya Yala.