¿De qué hablamos cuando decimos que la salida a la crisis es con más feminismo?

Cuando pensamos en personas empobrecidas debemos pensar en mujeres, en jefas de hogar, con doble o triple jornada entre el trabajo remunerado y el que no, como las tareas de cuidado. Con índices altísimos de informalidad y de relantización en la recuperación, un pacto feminista aparece como la clave para salir de la crisis. En esta nota Romina Zanellato recoge datos y propuestas de soluciones de referentas para responder con información al interrogante: ¿de qué hablamos cuando decimos que la salida a la crisis es con más feminismo?

Hay un imaginario hegemónico a desterrar: el del hogar pobre liderado por un varón, padre de familia, que se quedó sin trabajo y se las rebusca con changas en los barrios populares mientras su mujer cuida a sus hijxs. Hay que desterrarlo porque esa imágen no es la más adecuada a la realidad, no es la vida de la mayoría de las casas en los barrios, ni la única. Hay otras imagenes que quizás no son las primeras que aparecen en la mayoría de las cabezas cuando se habla de pobreza y crisis económica. Cuando se miran las cifras y estadísticas oficiales de Argentina -o de cualquier país de América Latina y El Caribe- no se ven rostros o nombres, tampoco tipologías realistas. Pero la imagen no es una foto quieta, está viva: es cuestión de hacer foco, de mirar bien, y cuando eso pasa se verá a mujeres que alimentan a un barrio entero en un comedor comunitario, a trabajadores y trabajadoras de la tierra que están organizados en pequeñas cooperativas de la economía popular, a trabajadoras de casas particulares que perdieron su empleo por la pandemia, a jefas de hogar que se quedaron sin trabajo y que están en una situación de vulnerabilidad altísima porque alquilan en la informalidad y no llegan a cubrir la canasta de alimentos. Todxs ellxs necesitan un pacto para salir de la crisis, con las feministas de la clase media, con las funcionarias, para lograr políticas públicas que mejoren con hechos concretos su vida, que achiquen la brecha de la inequidad de género en la que viven.

Esas mujeres, lesbianas, trans y no binaries se enfrentan a una crisis económica sin precedentes a partir de la pandemia del coronavirus. “La campaña de vacunación fue muy importante”, dijo Natalia Zaracho, trabajadora de la economía popular y referenta del Frente Patria Grande en uno de los episodios del #Lengüetazo, el ciclo de entrevistas en vivo que realiza Anuka Fuks los jueves por el Instagram de LatFem. “Pero no alcanza con eso, por más que te hubieran puesto las dos dosis si llegás a tu casa, abrís la heladera y no tenés nada que meter dentro de la olla… la verdad es que hay descontento”.

Ese descontento se vio en el resultado electoral de las P.A.S.O y se ve en la calle, en los barrios, cuando se sale del discurso y se va a hablar con la gente. La crisis golpeó a todxs, la caída del empleo en 2020 fue alarmante. Para quienes tienen un trabajo fijo, con salario, obra social, vacaciones pagas y aguinaldo la caída fue de 5,2% interanual, mientras que el empleo asalariado informal cayó un 30% según CIPPEC

Sin embargo, las mujeres, lesbianas, trans y no binaries lo sufrieron más y está costando mucho más la recuperación y reinserción económica para ellas, que para ellos. ¿Por qué? No es un reclamo sin razón de ser, las estadísticas lo confirman, la crisis económica post pandemia impactó más en nosotrxs. Según datos del INDEC, el desempleo en las mujeres aumentó del 11,2% en el primer trimestre del 2020 al 12,3% en el mismo período de este año. En cambio, entre los varones, el indicador bajó del 9,7% al 8,5%. Esa recuperación favorable para los varones se basa en los trabajos que se reactivaron como el de la construcción o en las industrias donde se levantaron las suspensiones temporarias. Para entender el aumento del desempleo de las mujeres hay que mirar el trabajo doméstico, una actividad históricamente feminizada y con altos índices de informalidad, casi de un 75%. La informalidad es igual a vulnerabilidad, a falta de derechos laborales, a contratos temporales, a incertidumbre. El número es tremendo: más de 350 mil trabajadoras de casas particulares (entre formales e informales) perdieron su empleo, la misma cantidad de personas que habitan provincias como La Pampa, La Rioja o Santa Cruz. Según datos del Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA), que corresponden a los empleos registrados, en el mismo período, más de 25.500 trabajadoras formales se quedaron sin trabajo. 

En Argentina, el trabajo en casas particulares es la tercera rama de ocupación entre los empleos de las mujeres, después del comercio y enseñanza (EPH-INDEC, 1er trimestre de 2021) y hasta antes de la pandemia, el trabajo en casas particulares era la principal actividad: empleaba a 1,2 millones de mujeres (el 16,7% de las trabajadoras ocupadas). Pero en el segundo trimestre de 2020 más de 400 mil trabajadoras perdieron el trabajo y, todavía, 350 mil no lo recuperaron. La caída en el empleo en este sector fue tan grande que modificó la estructura de inserción laboral de las mujeres: a principios de 2020, casi 1 de cada 6 trabajadoras se empleaba en esta rama; a principios de 2021, lo hacían 1 de cada 8. Para revertir esta situación, el gobierno nacional impulsó un programa, el Registradas, para promover la formalización del empleo de las trabajadoras en casas particulares. Son diez meses de trabajo garantizado: derechos laborales (licencias, aguinaldo, seguro por riesgos de trabajo, aportes) y estabilidad, para el sector más precarizado.

Mercedes D’Alessandro, directora nacional de Economía, Igualdad y Género, uno de los espacios institucionales fundamentales para la creación de Registradas, contó en Twitter que en un mes se recuperaron 20 mil puestos de trabajo. Para entender el impacto de este Programa en el sector más pobre: en toda la economía, sólo en agosto, se crearon 75 mil puestos. No es menor: la políticas públicas con perspectiva feminista no son solamente un título, pueden hacer la diferencia. La reactivación parece lenta, pero está en proceso

“¿Qué va a pasar cuando pase la pandemia?”, se preguntó Natalia Zaracho en #Lengüetazo y la respuesta no puede ser incertidumbre, tiene que ser una batería de propuestas: “Una de la que venimos planteando es el salario mínimo universal, con eso una mujer va tener asegurado pagar el alquiler o la canasta básica de alimentos”. En seguida María Claudia “La Negra” Albornoz, referenta de La Garganta Poderosa y del feminismo villero, salió a apoyar la idea: “Llamémosle Salario Universal o como sea.. lo que nosotras creemos es que tiene que haber un reconocimiento de las trabajadoras comunitarias porque son las que alimentaron los barrios”.

Vayamos a lo importante, hablemos de plata: la canasta básica alimentaria tuvo un aumento de su precio de 54,5% interanual entre septiembre de 2020 y el mismo mes de 2021 según el INDEC. ¿Cuánta plata se necesita para comer y vivir por mes en Argentina? Un adulto necesita $9.713 para comprar la canasta de alimentos y $22,826 para no ser pobre. Un hogar de tres personas compuesto por una mujer de 35 años y un hijo adolescente y una madre de 60 necesita $23.894 pesos para la canasta básica y $56.152 para no ser pobre.

La canasta de alimentos aumenta y los intentos de congelar los precios o frenar la inflación no dan sus frutos. Rosalía Pellegrini, coordinadora nacional de la Secretaría de Género de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Tierra, fue taxativa: “No tenemos ninguna política que regule y que piense a la alimentación como un derecho, está sujeta al libre mercado y la especulación de los empresarios del supermercado que definen cuánto va a estar”. 

“¿Cuánto tiempo lleva hacer 400 viandas?”, cuestionó Albornoz y se escuchó un “ufff” entre todas. “Eso es trabajo y tiene que ser reconocido y remunerado”. Según el Observatorio Villero de La Garganta Poderosa en los 154 comedores en todo el país cocinan 1500 personas, la mayoría son mujeres y disidencias. “El reconocimiento tiene que empezar por quienes le dieron de comer al pueblo”, dice. 

Albornoz sigue: “Nosotros queremos poner en agenda hace mucho tiempo lo de las trabajadoras comunitarias, que son las de los comedores. Hoy el gobierno nacional nos debe 492 toneladas de mercadería, entonces vos tenés que hacer magia en el comedor. Y hablamos de alimento seco, no es ni carne ni verdura, es seco, que no se come crudo, lo que hacemos es cocinar, porque en muchas casas no se cocina porque no tienen gas, las garrafas están carísimas, y los comedores salvaron a mucha gente”. 

Las mujeres se enfrentan a una crisis económica que a su vez es una crisis de cuidados. En Argentina, el trabajo no remunerado es realizado en un 75,7% por mujeres. Además, ellas destinan en promedio 6,4 horas diarias a estas tareas, casi una jornada laboral extra (INDEC, 2013). Esta distribución asimétrica tiene implicancias en la inserción de las mujeres en el mercado laboral, sus trayectorias, sus ingresos y su futuro: es un círculo vicioso. De acuerdo a los números de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el principal motivo por el cual las mujeres de la región no trabajan remuneradamente ni estudian es por dedicarse al trabajo del cuidado. Las niñas y adolescentes en edad escolar de la región, por ejemplo, dedican 4 horas diarias a los cuidados.

Las tareas domésticas y de cuidado son un pilar de la economía, el motor oculto. Antes de la pandemia, estas tareas representaban casi el 16% del PBI, a partir de la pandemia, pasó a ser el 21,8%. “Es decir, mientras la economía caía, los cuidados se potenciaban. Esto ocurrió en todo el mundo”, dijo la funcionaria D’Alessandro en agosto pasado.

Es que además de trabajar fuera de casa, el 51,6% de las trabajadoras de casas particulares son reconocidas como jefas de su propio hogar. De ellas, el 46,7% tiene hijos y al llegar de su jornada, 8 de cada 10 mujeres asumen la responsabilidad de cuidado dentro de su propio hogar. 

Como si fuera poco todo esto, hay que pagar el alquiler. ¿Quién lo paga? La jefa del hogar, claro. En octubre, el Cels y la escuela IDAES presentaron el estudio Índice de Vulnerabilidad Inquilina (IVI), ahí surge el dato que en los hogares sostenidos por mujeres y personas trans-travesti o no binaries, la alta vulnerabilidad llega al 34% y 38%, respectivamente, mientras que en aquellos hogares que son sostenidos por un varón, la alta vulnerabilidad se reduce al 26%. Eso significa que son alquileres informales, de palabra, que no cuentan con estabilidad, y en viviendas más precarias. Además, (sí, hay más) tienden a estar más endeudades y que deben destinar con mayor frecuencia una proporción más alta de sus ingresos para el pago del alquiler.

“Es fundamental la unión de las compañeras en un pacto feminista para que podamos poner en agenda lo que le pasa a las mujeres de los sectores populares”, dijo Natalia Zaracho en el #Lengüetazo. La red y la alianza con los sectores dentro y fuera del barrio son los que van a posibilitar que lleguen sus propuestas y reclamos a las oficinas de quienes toman las decisiones de las políticas públicas. “Creo que faltan medidas por falta de representatividad”, señaló la referenta  del Frente Patria Grande . Insiste en la falta de reconocimiento de las organizaciones de los barrios: “nosotros somos ese puente entre el Estado y la gente, pero no llega, y no llega porque hay una ausencia de la realidad por parte del Estado”.

Qué comemos

Sin trabajo, con más carga de cuidados y de tareas domésticas en casa, con trabajo no remunerado en el barrio, con un alquiler sin regulación e irregular y con una canasta de alimentos que no para de crecer, la situación es grave.

Rosalía Pellegrini, de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Tierra, sumó en #ElLengüetazo que para bajar los precios de los alimentos “hay que discutir el modelo productivo”. Fue muy clara: “No podemos negociar qué vamos a comer, a qué precio vamos a acceder a los alimentos, con los que nos hambrean, con el último eslabón de la cadena, que son los grandes supermercados o grandes empresas del agronegocio, que ya sabemos que concentran la economía, que desalojan familias campesinas, que degrada ecosistemas, que genera desmonte, que después nos devuelve basura para comer, sobre todo a los sectores populares”.

La agenda que se intenta imponer desde los sectores populares son básicos: acceso a la tierra, un plan de abastecimiento de alimentos y trabajo para las economías populares. Los números reclaman: “En Argentina el 60% de los alimentos provienen de la agricultura familiar, el cooperativismo, los pequeños y medianos agricultores, sin embargo el 1% tiene acceso a la tierra”, dijo Pellegrini. A estos datos que aporta Rosalía se le suman los resultados del informe del RENATEP (2021) donde se puede ver que el 57,1% de lxs trabajadores de la economía popular son mujeres, lesbianas, trans y no binaries. La mayoría trabaja en alguna organización comunitaria o social, en las áreas relacionadas al cuidado de la salud, la educación y la alimentación. El informe dice: “podemos apreciar en los datos comparativos que sus trayectorias laborales, en comparación con los varones, siguen siendo más precarizadas, informales y peor remuneradas”

La reactivación debe provenir desde los sectores populares: reconocimiento del trabajo no remunerado, incentivos -como el de Registradas- como dar derechos y formalidad laboral, feminismo organizado para hacer oír la agenda de los barrios y, tal como señala Rosalía Pellegrini: “hay que planificar, desarrollar un plan que tenga como eje el abastecimiento de alimento partiendo del acceso a la tierra, la producción agroecológica, del desarrollo de una semilla nacional y la comercialización justa para los pequeños y medianos productores”. El tiempo es ahora porque no vamos a esperar 135 años para cerrar las brechas de género y la reactivación es posible.