Andrea Testa es una cineasta de esas que meten las manos en la masa. Ya desde Pibe Chorro, su estilo de filmación documental es preciso y, a la vez, pone el cuerpo en el territorio. Para Niña Mamá investigó, preguntó, caminó varios hospitales del conurbano, en la película quedan los testimonios de las adolescentes que fueron filmados en dos de ellos, en los partidos de La Matanza y San Martín, el Paroissien y el Carlos L. Bocalandro. En un largometraje de poco más de 60 minutos condensa, en blanco y negro, y la mirada a distancia justa, las historias que tejen un relato donde la salud pública parece no alcanzar. En las rendijas que se abren desde las voces de las protagonistas, se entrevé la falta de políticas de estado. Y se ve también que las necesidades no se cubren solamente con un texto firmado por legisladores, se entiende el punto de vista, de que los derechos deben existir con financiamiento, con recursos, con presencia.
—Cuando vemos la película, lo primero que impacta es el trabajo con la distancia y la cercanía, se intuye un vínculo muy estrecho con los espacios y con quienes los transitan. ¿Cómo fue el proceso de llegar a esos testimonios?
—Nosotrxs entramos a filmar en dos hospitales, la idea desde el comienzo era filmar el hospital en relación al embarazo adolescente. Encontramos la película tanto en estos dos que quedaron, como en todos los otros en los que estuvimos en la etapa de investigación, donde tuvimos entrevistas con diferentes equipos. La mayoría de los y las profesionales intenta trabajar de manera interdisciplinaria. En el montaje de la película, porque filmamos un montón, fue que la terminamos de armar en los espacios de servicio social, donde están las trabajadoras sociales, la mayoría mujeres. Ahí había un acercamiento a la problemática, cómo llegaban a las “pacientes”, como se dice en el ámbito médico. Ellas tenían un trato humano muy fuerte, de pregunta, de escucha, de acompañamiento, distinto al de las intervenciones de otras áreas. Ahí estaban las voces y nosotros queríamos escucharlas a ellas. Hay miles de factores por los que se da eso. No abrimos la rama a los equipos de psicología, no quisimos filmar dentro de esos consultorios. Para mí la película se armó en mi cabeza y en mi deseo, escuchándolas a ellas. Quería poder ponerlas a estas niñas mamás en escena, como protagonistas. Cuando nos encontramos con estos dispositivos de trabajo social nos dimos cuenta de que ahí estaba la película. Hay una entrevista que sí la hace una pediatra, si la ves en detalle tiene una intervención un poco distinta, pero es una pediatra que se especializa en adolescencia, que se da ese tiempo con cada uno de los chicos y chicas que se acercan a su consultorio, aún en un hospital público, con una demanda desbordante. Pero se toma ese tiempo y escucha. En esos espacios se puede ver el compromiso de las profesionales, la distancia que hay entre ellas y los obstáculos de la salud pública, la falta de recursos, de políticas y ese espacio, que es de resistencia. Intentan ver qué se puede hacer en lo inmediato y lo urgente, por esas vidas. No es solo la pregunta por si quieren o no ser madres, sino todo lo que se atraviesa, dentro de ese contexto de violencias y de falta de garantías y derechos. Es mucho más profundo el problema. Muchas y muchos lo comprendemos, lo podemos imaginar, pero otra cosa es escuchar la voz de la que está ahí. En esos cuerpos, todo toma otra dimensión. Nunca hubiésemos podido imaginarlo así. Y esta es la punta de un iceberg. En el tiempo de la película, que es breve, se condensan entrevistas de más de 50 minutos. Todo lo que hicimos que emerja nos parecía fundamental. Debajo de eso hay muchas historias, mucho que queda afuera, pero esperamos que muestre de lo que pasa en una realidad más global, en nuestro país.
—¿Cómo llegar a ese espacio y generar confianza y lazos, cuando el tiempo en la sala de espera y el consultorio parece pasar demasiado rápido para los tiempos que necesita el quehacer del cine?
—Entre el equipo de la película y el equipo de los hospitales hubo un compromiso mutuo y un trabajo en conjunto. Nosotros sabíamos que el hospital es un espacio de tránsito, yo no iba a poder conocer a las protagonistas o establecer un vínculo antes del rodaje. Tenía que encontrar algo que nos permitiese ese lazo de confianza, hacia seres que parecen como extraños ahí. Por eso empezamos a relacionarnos con los equipos de salud, cuando nos conocimos, en la etapa de investigación. Fueron clave las semanas que pudimos estar en el hospital, participando, acompañando las recorridas por la sala, transitar el hospital y entender las dinámicas. Sabíamos que no íbamos a contactar a alguien previamente. Había algo ahí, a la vez muy potente, pero muy efímero, muy fugaz. Creo que esa es la sensación que transmite la película, que ellas se te “van de las manos”, que en un punto no podés llegar a conocerlas del todo, se te alejan. Ellas tienen su vida, cada una de ellas tomó la decisión de participar en la película contando ese momento y punto. Entonces lo que definimos fue qué lugares queríamos filmar y elegíamos la guardia o el consultorio en determinado momento. Solo teníamos un mapa de eso. Después la cámara, el sonido, adentro del consultorio, y afuera, en la sala de espera, Luciana y Francisco hablaban con las que llegaban y les explicaban en detalle todo lo que estábamos haciendo. Hubo una premisa muy importante, que era no ocultar nada, de nuestro punto de vista y de cómo íbamos a filmar. Y si ellas querían participar, seguíamos adelante. Pero incluso si durante la entrevista no se sentían cómodas con algo que hubieran dicho o preferían revocar esa participación, eso también era una posibilidad. Adentro, al consultorio, solo estaba yo con ese equipo muy reducido, y volvíamos a charlarlo. La verdad es que ninguna se arrepintió. Las que dijeron que sí de entrada, estuvieron de acuerdo y las que dijeron que no, quedó ahí. No hubo más que eso. Fue muy claro cuándo y cuánto querían poner su voz y su historia. Y siempre, dentro del consultorio, lo importante era ese momento de ellas, eso no se podía quebrar. Si pasaba algo, se acababa una batería o lo que fuera, no interrumpíamos de ninguna manera. Hubo un encuentro entre el espacio y las que participábamos en ese espacio, eso que decís de la distancia justa. Usamos un solo lente, un lente normal, que también lo decidimos estéticamente y éticamente. No podía usar un lente zoom. La capacidad de acercarnos por sobre nuestros cuerpos no tenía que existir ni siquiera. No se usaron corbateros. No había una cercanía de ese tipo sobre el cuerpo de nadie. La cámara está y filma lo que filma. Cuando decimos “acción” todos saben que es “acción” y cuando decimos que es corte, es corte. Esas pequeñas decisiones que son parte del rol de la documentalista fueron dando ese lazo de confianza, que permitió que surgiera todo ese contenido. Ahí se produjo ese proceso que de alguna forma se invisibiliza el dispositivo del cine y se respeta el tiempo de la otra, aunque cada tanto hay miradas a cámara o cosas, que no molestan para nada, al contrario, están buenos esos gestos porque muestran que estamos ahí, no hay nada “oculto”.

—La estética, tanto en los encuadres como en el blanco y negro, parece unificar, trae referencias de otros mundos narrativos, ¿por qué tomaste esas decisiones?
—Al inicio, quería hacer la película en fílmico, blanco y negro, ¡un delirio! Pero esa idea de color persistió. Tenía una primera imagen, que me acompañó todo el proceso, que viene de la obra de Adriana Lestido. Ella trabajó en cárceles, en hospitales infanto-juveniles, hizo una serie que era Madre adolescentes y otra, Madres e Hijas. Esos ensayos fotográficos de alguna forma me marcaron y están en la concepción de la película. También ella tenía una manera de acercarse humanamente a las personas que retrataba. Y creo que hay algo que me propuse, queriendo y sin querer, que pasó a ser una especie de homenaje a su fotografía. Me acompañó, insisto en esta palabra, a mí en el proceso de filmar. Ver esas imágenes era lo que más me volvía a motivar, a enganchar con hacer la película. Es muy difícil cuando algo no existe antes, explicar al equipo, a otros y otras, lo que querés hacer, por eso tener a otras artistas y referentas te acompaña en el momento del hacer. Tener eso en la cabeza va junto con lo que imaginás y con lo que va a pasar, que siempre está abierto. Su sensibilidad, pero también su distancia, la potencia que tiene… En sus fotografías hay una faceta que es muy cruel y, a la vez, esa potencia de las mujeres, de lo cotidiano en ellas, y de esas maternidades. Un lugar incómodo en el mundo, tanto para la que retrata como para la que es retratada. Eso también me pasó a mí cuando filmábamos. Los ensayos fotográficos funcionan también como un fuera de cuadro de la película, están en relación muy cercana. Ves la niñez ahí, esa forma indescifrable del juego y del cuidado, que fluye en esos cuerpos que aparecen retratados. También admiraba, de Madres e hijas, el tiempo que pasa con cada una de las parejas de madres y niñes. En ese sentido, fue todo lo contrario a lo que exigen los tiempos de filmar un documental hoy en Argentina. Es efímero. Más en el hospital, en esos momentos donde las cosas se dan ahí, enfrente tuyo. Pero sí creo que hay algo del lazo que generamos, cada una de las que pasaron por la peli. Yo a todas me las puedo “traer conmigo”, acá, cerca, me acuerdo de pequeñas cositas, de momentos. No por apropiarme de sus experiencias o sus historias, sino por la creación de un lazo afectivo, de amor. De acompañamiento. En todo ese proceso estético, el blanco y negro nació desde el principio. Después, a medida que iba sosteniendo esa decisión, le fui encontrando explicaciones que eran parte del todo, la idea de que parezca un solo lugar, de mostrar algo universal. Poder mostrar estas historias como son, una más de tantas otras, porque como ellas hay muchas. Por eso tampoco hay un plano de la fachada del hospital, ningún cartel que diga “tal lugar” o “tal tiempo”. Empieza a centralizarse lo importante que es escucharlas a ellas y nada más. Si bien la película tiene un cuidado y una reflexión sobre la forma estética, no pasa por ahí. Lo importante es la voz de ellas, por eso, en sonido, se direccionó la caña hacia el relato de ellas y si la médica o profesional o X persona que no está en el plano de la imagen se escucha un poco más lejos, o no se entiende, no importa. Eso fue una decisión también. No por eso es “desprolijo”, es una puntualización pensada, una focalización muy fuerte de la película. Y eso se tomó en todos los planos, desde el sonido, desde la cámara, y desde el lugar que ocupábamos en el espacio. Fueron decisiones que se fueron consolidando a medida que íbamos encontrando la película. La intención final era universalizar y que la particularidad la den otras cosas, sus gestos, los rostros de cada una de ellas. Esta forma de filmar, creo yo, fue lo que las puso en primer plano, a pesar de lo universal. Los detalles de cada cosa que cuentan y lo que deciden contar o no contar. Aunque cuentan muchas cosas, hay otras que deciden no contar y eso se respetó mucho también.
—Y una vez terminada, la película empezó a transitar mucho, a pesar de las condiciones que se dieron, casi en paralelo con el estreno.
—Sí, desde que estrenamos la película, a principios de año, en el MALBA, la película y el contexto cambiaron mucho. Los cines cerraron, pero el documental circuló mucho, sigue circulando por diferentes países en ediciones online y, algunas veces, en forma física. En especial, en festivales feministas y de cine documental. Le han dado reconocimientos, como la Mención Especial del Jurado, en IDFA. Esas noticias son magníficas, es como un mimo. Es muy poderoso que estas historias se proyecten en todos esos lugares y genere cosas en el público. Lo malo de la pandemia es que no sabemos muy bien a la distancia qué estará generando en esas audiencias, la virtualidad parece que nos acerca, porque llevamos adelante conversatorios y compartimos con compañeres de todas partes del país y del mundo. Nos falta el calor de los cuerpos, el abrazo post-función, escuchar el relato de espectadores, sus experiencias personales. Pienso en lo distinto que hubiese sido estando cuerpo a cuerpo, porque esta es una película de cuerpos, de voces y de cuerpos, que sostienen mandatos, que soportan la crueldad del sistema capitalista y patriarcal.
—¿Qué expectativas hay para el reestreno, esta vez online?
—Este estreno en Cine.Ar es una revancha para todos los deseos y desafíos que teníamos para este año. Soñábamos con un estreno federal, para caminar la peli por muchos lugares. En primer lugar, las salas de cine, que son una parte de la experiencia cinematográfica que no se negocia, es una experiencia intransferible. A partir de ahí, toda la red fascinante que se arma alrededor de las películas del cine independiente, que son sindicatos, escuelas, cines barriales, cualquier lugarcito donde se consiga un proyector y una tela para pasar la peli. Esos espacios colectivos que deseábamos con esta película. Queríamos que fuera una intervención directa en el pensamiento y en la reflexión. Con Cine.Ar creo que podemos darnos esa revancha. Nos quedan saldar igual muchas desigualdades en el cine, para quienes no tienen acceso a internet, quienes no tienen computadora. En pandemia nos está costando eso. Esperemos que pronto podamos llegar también a la televisión, que también es una forma para estar ahí, ir más lejos. No me resigno, quiero que esto sea solo un paso más y que pronto nos podamos encontrar en proyecciones a viva voz y seguir abrazándonos. Antes de este estreno virtual hubo otro, a través de Vimeo, el dinero que se recaudó fue para donar a los hospitales, eso también fue producto de la pandemia. Hubo una decisión de no liberar directamente el contenido sino de visibilizar que esto también tiene un valor y además, se puede aportar algo con el dinero de las entradas virtuales de quienes vieron la película. Eso llegó a los dos hospitales en los que filmamos. Cuando se cerró todo, fue muy duro, pero quisimos acompañar lo que estaba pasando en esos equipos de salud, desde lo que podíamos, con la peli, para elles.

—¿Cómo fue la relación con esa red?
—En ese sentido, la red feminista que se consolidó en estos últimos tiempos fue muy importante. Pudo acompañar la película y pudo hacer mucho más que lo que preveíamos cuando empezamos a proyectar, antes de la pandemia. Ya nos había pasado con Pibe Chorro, que se mantuvo 8 semanas en cartel, que es una rareza, es algo que no estaba pasando, menos en el documental, aunque lleves a muchos espectadores. Eso se da por el apoyo y la red de otres que miran lo mismo que una. Está bueno que la película, más allá del estreno, pueda usarse y se vea, más allá de los cines. Con las otras películas que hicimos con este equipo, como Pibe Chorro, Después de Sarmiento, La larga noche de Francisco Sanctis, que también son películas que tienen un interés social, ya teníamos pensado que saliera de la sala, que no fuera el único espacio de proyección. Una vez que pasa por el circuito de cines, después se arma algo más interesante, en todos los lugares donde la piden y a los que vamos. Cada una de estas películas tiene ese doble desafío y fue armando su camino, a pesar de todo.

Dirección: Andrea Testa
Productora: Pensar con las Manos
Co-productora: Insomnia Films
Productores ejecutivos: Luciana Piantanida, Francisco Márquez y Andrea Perner
Dirección de fotografía: Gustavo Schiaffino
Dirección de sonido: Abel Tortorelli
Montaje: Lorena Moriconi
Guión: Francisco Márquez y Andrea Testa